Poco sentido tiene que el discurso eclesiástico nos hable siempre de
igualdad si, después, la Conferencia Episcopal califica de “gravemente
injusta” la decisión del Tribunal Constitucional de avalar el matrimonio
homosexual. Aseguran que con esta decisión se origina una “exclusión de
toda referencia a la diferencia entre el varón y la mujer”.
¿Dónde quedan entonces las igualdades? Si, según ellos, todos somos
iguales a ojos de Dios, ¿por qué predican que no podamos serlo a ojos de
la justicia?
Cavan su propia tumba: empeñados en construir una sociedad ideal
basada en cánones sexuales que, no advierten, están en plena crisis y
reforma. Con ello no digo que renuncien a lo que la Biblia afirma, pero
basar ciegamente el juicio social a lo que recoge un escrito de más de
2.000 años de antigüedad no me parece lo más coherente. La historia ha
cambiado y, con ella, la sociedad y sus actores más aún. No llama tanto a
juicio el matrimonio homosexual como el uso del término igualdad que
hacen.
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